domingo, 27 de julio de 2008

EL BOLICHE LA OBRA - VALPARAISO 1977

Desde el año 1974 transitando por el camino de la música, el teatro y el arte en general, intentábamos darle sentido a la vida, luchando con manos limpias contra la cruenta dictadura instalada en Chile desde septiembre de 1973, cobijados bajo el alero del Instituto Chileno-Francés de Cultura, dirigidos en ese entonces por el Sr. Alain Drouillet. Un grupo de músicos, cantores y actores, intentábamos mantener ese espacio, para proveer el oxígeno necesario que solo el arte es capaz de otorgar, con el objetivo de mantener viva nuestra esperanza y ofrecer una opción a muchos que iban y venían desorientados por nuestro maltratado Puerto.

La Peña “El Brasero” que funcionaba frente al Pedagógico de la Universidad de Chile en Playa Ancha y la Peña “Magisterio” de Peñablanca, eran los otros bastiones que ofrecían el espacio necesario para el encuentro de quienes entregaban y quienes requerían expresiones de arte comprometido con los difíciles momentos que se vivían.

Con la idea de brindar otra opción independiente, para que los Porteños tuvieran un lugar donde reunirse a conversar y tener acceso a expresiones culturales de alta calidad relativas al Teatro, la Música, la Danza y las Artes Plásticas en general, a comienzos de 1977, un heterogéneo grupo de personas decidimos darle forma a un nueva Sociedad de Creación y Difusión Artístico-Cultural, cuyo nombre de fantasía fue “Boliche La Obra”, ubicado en un tercer piso, en toda la esquina de Pedro Montt con Las Heras, en el centro de Valparaíso.

La sociedad originalmente estuvo integrada por Rodrigo Díaz, Ramón Fernández, Antonio Glaría, Juan Hernández, Víctor Abarca, Nilda Saldamando y Virginia Urbina, sin embargo hubo una gran cantidad de colaboradores que impregnados de una mística colectiva, le dieron forma al proyecto, trabajando en la refacción del local y la posterior puesta en marcha, con todo lo requerido por un local de la envergadura descrita.

Los primeros números artísticos locales que conformaron un elenco estable fueron, entre otros, Manolo Orrego, hoy destacado músico y luthier; Los Hermanos Mingram (¿qué será de ellos?); el Conjunto Folklórico “Alimay” dirigido por Valentín Sousa; el “Grupo Almendral” de música y danzas coloniales de salón , dirigido por Roberto Urrea; el Conjunto de Música Latinoamericana “Obras Trío”, integrado por Pedro Prado, Víctor Abarca y Juan Hernández; Víctor Hugo Sepúlveda y los primeros atisbos del grupo de música nortina “La Bandalismo”; Kiko Donoso, el caballero del folklore; Lucho Contreras, cantor popular; Jorge Barraza, intérprete folklórico; y Fernando Leiva, joven valor en ese entonces .

Desde Santiago, también entre muchos otros, tuvimos la frecuente visita de Tilusa, el payaso del humor triste, acompañado por la voz y guitarra de Pancho Caucamán; Gabriela Pizarro y toda la fuerza de nuestras raíces que en otrora habíamos admirado dirigiendo el Conjunto Millaray; el tío Roberto Parra y sus cuecas choras; el Grupo Antara; Capri y Nano Acevedo, destacadas figuras del movimiento continuador de Nueva Canción Chilena, denominado Canto Nuevo.

Como no recordar a mi gran amigo Mario Grandi, quien vino desde la austral Punta Arenas abrazado a su guitarra, dándome la posibilidad de implementar con él un hermoso repertorio principalmente de música Argentina, que fue presentado en reiteradas oportunidades en diferentes escenarios de nuestra zona durante un par de años.

Estuvimos luchando durante casi tres años intentando mantener este espacio, pero la apretada situación económica, la mayoría de las veces superada gracias al aporte fundamental del “Flaco” Antonio, el asedio constante de los organismos de seguridad, y las diferencias de criterio y acciones con muchos de los nuevos colaboradores, terminaron por cerrarnos las posibilidades de continuar.

Queda sin embargo, el grato recuerdo de un gran grupo de personas que se entregaron con valentía a una tarea colectiva, compartiendo un cúmulo de experiencias en función del arte y la lucha contra la dictadura. La mayoría de ellos continuaron separadamente en forma individual o cobijados bajo otros aleros, luchando por una sociedad mejor, desarrollando y entregando sus pasiones artísticas.

Mi mayor privilegio es haber atesorado lo que este grupo humano me entregó: el sentido del trabajo colectivo, los conceptos fundamentales de la palabra solidaridad, el estudio permanente de la disciplina que uno elija, y por sobretodo una amistad desinteresada y sincera.

Quedan invitados todos a complementar este recuerdo y experiencia con todos los protagonistas que falta mencionar y cualquier anécdota que haya quedado por ahí en el tintero, en la sección "Comentarios" de este artículo. Podrán notar que la foto al inicio corresponde al día de la inauguración del local y puedo reconocer entre otros, algunos rostros que fueron protagonistas también: Paty, Marcela, Bernardita, Gastón, Maggie, Alejandro, Walter....

miércoles, 16 de julio de 2008

ANGELO CHERRY Y SU SANGRE TANGUERA Y EL NACIMIENTO DE MI PASION POR EL TANGO



En el año 1969 conocí en Santiago al joven bandoneonista chileno Angelo Cherry, con quien me une un lejano vínculo familiar, ya que mi madre es prima hermana de su abuela materna. En un viaje a Santiago con mi madre, gran acontecimiento en esos tiempos, visitamos su casa en el sector Lo Vial y fuimos recibidos por su madre, la tía Silvia, y no pasó mucho rato para que nos viéramos envueltos en una entretenida tertulia musical, que en definitiva permitió relacionarnos durante un prolongado período. En esos tiempos, Angelo, un enamorado del tango, tenía el proyecto de crear un conjunto, y fue así como junto a su amigo y vecino Enrique Erazo, violinista, y el contrabajista Juan Bautista Pardo, me invitaron a participar con mi guitarra, para conformar el “Cuarteto Chanteclaire”, permitiéndome conocer muy tempranamente gran parte de la bohemia santiaguina, actuando en algunas boites y clubes sociales. En realidad “mi guitarra” no era mía, ya que como buen principiante, no tenía un buen instrumento para "dármelas" de músico profesional. Afortunadamente, mi querida tía Gloria, hermana de mi padre, tenía una muy buena guitarra que había comprado en la cárcel de Valparaíso (decían que eran las mejores), y tuvo la gentileza de prestármela para cumplir los compromisos que había adquirido. Recuerdo que el “manager” que nos llevaba a diferentes lugares era el popularísimo humorista Carlos Helo, quien seguramente veía muchas posibilidades para un grupo de muchachos menores de veinte años, que se dedicaban apasionadamente a un especial rubro musical, como es el tango. Viajamos con esta agrupación también varias veces a Valparaíso, actuando en locales como “La Goleta” de calle Pedro Montt, en un salón que tenía la Cía. Chilena de Tabacos y en el Teatro Pacífico en el sector puerto. Esporádicamente hasta el año 1971 continué participando con ellos, con la dificultades que provocaba la distancia, ya que yo seguía residiendo en Viña del Mar. Eso habría de cambiar.

Angelo seguía muy inquieto con su proyecto y fue así como decidió darle un carácter mas moderno al grupo, implementándole un dispositivo electrónico a su bandoneón. También hubo cambios en los integrantes de su agrupación, pasando a formar parte del cuarteto el pianista Pedro Bazán y el violinista Vicente Barragán. Ahí me invita a participar como bajista, conformándose así la agrupación original bautizada “Sangre Tanguera”.

A principios del año 1972, Angelo es convocado por el sello Philips para una audición con su orquesta con la finalidad de ser contratado para una eventual producción fonográfica. Nos trasladamos con todos los instrumentos a las oficinas del sello, junto a dos cantantes, Juan Carlos Solari y otro muy joven que no recuerdo su nombre. El resultado fue positivo, aún cuando lamentablemente el cantante más joven no fue del gusto de los productores, siendo rechazado. Inmediatamente después comenzaron las sesiones de grabación en un estudio que había cerca de la Plaza de Armas de Santiago, bajo la dirección técnica del ingeniero Luis Torrejón. Como se requerían dos cantantes, Angelo convocó a Jorge Larroca, cantor porteño (del puerto de Valparaíso), así que en un muy corto plazo, a mediados de mayo del mismo año, tuvimos en nuestras manos la primera edición el disco LP “Angelo Cherry y su Sangre Tanguera”, que en definitiva se convertiría en una importante carta de presentación para los fines artísticos de Angelo, constituyéndose del mismo modo en mi primera experiencia discográfica.

Ese año dejé mis estudios secundarios para radicarme en Santiago y dedicarme completamente a la música. Afortunadamente, gracias a las gestiones de un querido amigo, el profesor Oscar Labra, y la ayuda de otro gran amigo, Luis Palumbo, logré prepararme paralelamente y rendir exámenes a fines de año como alumno libre, cumpliendo y aprobando el 3er año de enseñanza media.

Ese año, hasta el verano del 73, fue verdaderamente vertiginoso, ya que las actuaciones en boites, clubes y carpas en Santiago, y giras al Norte por las principales ciudades y pequeños pueblos, se sucedían una tras otra. Actuaciones en televisión, en Sábados Gigante con Don Francisco, en Sábados Alegres con Enrique Maluenda, fueron experiencias muy alucinante para un muchacho que estaba acostumbrado a un sistema de vida bastante mas tranquilo y por sobre todo inmensamente precario. Desgraciadamente no tuve la visión necesaria para dimensionar las posibilidades de relación que tuve con una inmensa cantidad de músicos y cantantes de diferentes estilos, que cruzaron tangencialmente mis actividades de esa época y que ahora en perspectiva lamento no haber tenido la claridad suficiente para cultivar esos contactos, lo que me habría permitido tener un mayor conocimiento de los talentos y vivencias personales de todos ellos. Recuerdo entre otros, a Los Cuatro Duendes, Los Diamantes de Sol, Luis Bahamonde y Carmencito Ruiz, Los Galos, Inti Illimani, Los Moros, Arturo Gatica, Gervasio, Los Jaivas, Héctor Presas “Cachito”, Ramon Aguilera, Ricardo Acevedo, Willy Segovia, Los Dixon, Villadiego, Arturo Gatica, etc.

Era una época en que había mucha actividad artística y bohemia. Había empresarios que organizaban giras con diferentes elencos artísticos recorriendo todo el país. Recuerdo particularmente haber visitado todo el norte del país a fines del 1971, con Angelo Cherry, en una gira cuyo número principal eran un grupo electrónico de unas muchachas nórdicas llamado “Las Satánicas”. Las condiciones de viaje eran bastante complicadas, puesto que el bus que nos transportaba no era propiamente un bus, sino que se trataba de una micro del recorrido “Matadero-Palma”, tornándose insoportable el viaje al cabo de algunas horas. Despertar de madrugada en medio de la pampa, entumido de frío, algunas veces hambriento, pero por sobretodo adolorido por la incomodidad de los asientos, solo se podía soportar con la energía que da la juventud y lo entretenido que era jugar a ser "artista".

Habían riesgos que en otras giras similares cobraron víctimas fatales, como es el caso del accidente que costó la vida a un guitarrista de la cantante Palmenia Pizarro y otro en que los integrantes del grupo Los Galos, resultaron algunos con graves heridas. El asunto era que los empresarios que comandaban esas giras, programaba funciones paralelas a la misma hora en dos pueblos o ciudades con el mismo elenco, en consecuencia para poder cubrir el desarrollo del show, se debían programar traslados en automóviles a gran velocidad con el evidente peligro que esto constituía. Todavía conservo la sensación de miedo que provocaban aquellas funciones simultáneas en Pueblo Hundido (ahora Diego de Almagro) y Potrerillos, cuando teníamos que trasladarnos a una altísima velocidad por caminos de tierra y al borde de precipicios.

En esa gira hubo un guitarrista que particularmente me llamó la atención. Se trata de Willy Segovia, quien lideraba el grupo musical “Los Sagitarios”, y eran quienes acompañaban a todos lo cantantes solistas que iban en el elenco de la gira. Entre otros a Ramón Aguilera, quien desarrollaba un repertorio romántico muy popular y que requería gran destreza guitarrística en su acompañamiento. El exceso de timidez no me permitió acercarme más a este músico a quien admiré no solo por su entrega musical, sino que también por su sencillez y extrema cultura en temas relacionados con los ovnis y otros temas esotéricos. Al momento de estar haciendo estos recuerdos, aún no he podido establecer un contacto con él, no obstante ya me informé que aún vive en Santiago y sigue desarrollando actividades musicales. No pierdo las esperanzas de acceder a este músico para indagar y conocer mas acerca de su trayectoria y desarrollo guitarrístico en todos estos años.

Hubo dos viajes con Sangre Tanguera que derivaron cada uno en temporadas de aproximadamente tres semanas en importantes ciudades del Norte. El primero a Iquique, en el Balneario Cavancha, donde actuábamos todos los días y pude experimentar la sensación de creerme “artista”. En efecto usábamos smoking, y eso resultaba muy alucinante para un muchacho de 16 años. Recuerdo que mi juvenil ego fue violentamente dañado cuando una noche estando en la terraza del balneario en un descanso entre salidas de actuación, unos clientes me confundieron insistentemente con un garzón , exigiéndome que los atendiera. Tuvieron que pasar algunos años para entender que ésta había sido solo una graciosa anécdota. El viaje tanto de ida como regreso lo hicimos en un automóvil Volvo SS y recuerdo particularmente la odisea que significó un viaje de mas de 24 horas con seis personas a bordo, el chofer mas los cinco integrantes del conjunto. El cantante, Juan Carlos Solari, que ostentaba un físico superior a nuestra media, fue la “vedette” del viaje, ya que teníamos que turnarlo tanto en el asiento delantero como el trasero, para compartir el suplicio que significaba el hacinamiento en ese vehículo tan pequeño.

El segundo viaje fue a Arica y resultó ser mucho mas cómodo ya que viajamos desde Santiago con Angelo y su tío Bruno Garetto, quien manejaba un amplio y moderno vehículo. El resto de la agrupación viajó en bus. Esa temporada estuvimos actuando todos los días en la Boite Lucerna que se encontraba a la salida del camino al Valle de Azapa. Fuimos instalados en una residencia en calle 21 de Mayo 720 (no se porqué nunca olvidé la dirección), y desde ahí desarrollábamos nuestra actividad diaria de paseos y entretenciones, haciendo la hora para dirigirnos en la noche al local donde actuábamos. Siempre me quedé con la duda respecto al origen y actividad de un personaje de bastante edad que era el dueño de la residencial donde estábamos alojados, puesto que era muy enigmático y me llamaba la atención la cantidad de joyas de oro que cargaba, anillos pulseras y cadenillas. Además siempre andaba acompañado de un hombre bastante mas joven que era su asistente y guardaespalda, quien incluso andaba armado con una cartuchera cruzada al pecho. Tuve la oportunidad de compartir escenario con un cantante que ya en ese tiempo admiraba. Se trata de Villadiego, intérprete de la polémica pero hermosa cueca de Jaime Atria, “La Violeta y la Parra”, quien junto a Gloria Benavides presentaban un atractivo y entretenido show. Creo que fueron los primeros pasos de Gloria como comediante, lo cual consolidó posteriormente en programa televisivo “Jappening con Ja”.

Guardo un afectuoso recuerdo de Pedro Bazán, pianista de la orquesta, quien siempre tuvo un consejo y una palabra de aliento a mano para mí, toda vez que yo me desenvolvía en un mundo de adultos, con todo lo que ese ambiente bohemio contiene, y que eventualmente resultaba a veces algo peligroso para un joven que empezaba a tener acceso a todo lo que la vida va proporcionando. Ahora al ver a mi hijo Víctor Daniel, de la misma edad, me doy cuenta que en ese entonces yo aún era un niño. Los consejos de Pedro Bazán y la nostalgia de tener a mi familia lejos y extrañar especialmente a mi madre, me hicieron decidir que esa sería mi última salida con Angelo y que debería volver a Viña del Mar a la casa de mis padres, para terminar mi enseñanza media y pensar en un futuro distinto para subsistir, dejando la música como un complemento solamente.

No obstante, la semilla de la pasión por la guitarra y la calidad de melómano empedernido ya se había sembrado, y no puedo dejar de mencionar muy especialmente al extraordinario guitarrista chileno, Leonel Meza, integrante y director del trío melódico “Los Diamantes de Sol”, a quien conocí en 1972 en una temporada de seis meses que compartimos en un local llamado “El Cantagallo” en Las Condes en Santiago. Gracias a la generosa disposición de Leonel, aprendí algunas técnicas fundamentales, que fueron en definitiva la base para el desarrollo de mis estudios y desempeño en la guitarra popular. Después de 32 años, la vida me brindó la posibilidad de reunirme con Leonel y agradecerle personalmente las enseñanzas que recibí de él, las cuales posteriormente también pude compartir aquí en la zona con varios amigos músicos guitarristas de mi generación.

domingo, 13 de julio de 2008

MIRAFLORES ALTO, VIÑA DEL MAR, DECADA DEL 60

Mi primer acercamiento a las inagotables posibilidades de desarrollo y estilos que tiene la guitarra popular, se produjo por allá por el año 1964, mediante un LP de vinilo que mi padre había llevado a casa, cuyo intérprete era el argentino Atahualpa Yupanqui; y otro que posteriormente me fuera regalado por mi amigo Augusto Correa, cuyo intérprete era el destacado guitarrista viñamarino Ricardo Acevedo. Otros sonidos que embriagaron mis incipientes sentidos en aquellos tiempos, fueron la introducciones de guitarra creadas e interpretadas por el argentino Ernesto Cabezas, 1ª guitarra de Los Chalchaleros; el estilo inconfundible del requinto del mexicano Alfredo Gil del Trío Los Panchos; y las introducciones en guitarra grupal que se escuchaban en las grabaciones de Los Cuatro Huasos y Los Quincheros, cuyo artífice y ejecutante indiscutido, vine a saber después de muchos años, era el gran guitarrista chileno Humberto Campos junto a una pléyade de los mejores guitarristas populares chilenos, cuyos arreglos requeridos y contratados por los sellos discográficos, en mi opinión, han pasado a formar parte de lo mas representativo del concepto guitarrístico grupal aplicado a la música popular y folklórica chilena, y hasta hoy, se han mantenidos en un injusto anonimato.
Aquellos primeros años en el Cerro Miraflores Alto, Viña del Mar, en la década del 60, estuvieron colmados de hermosas experiencias musicales como aficionado en un Centro Cultural, liderado por el "Melo" (mi padre), el Sr. Soto (marino jubilado), el Sr. Zenteno (guitarrista), don Juan Navarrete (Temucano que tocaba guitarra traspuesta) y su cuñado don Pedro Valdebenito (peluquero del barrio), quienes conformaron esa Sociedad Cultural, organizando espectáculos domingo por medio, en un salón de una escuela primaria del barrio. Había una convocatoria extraordinaria dado que en aquella época la televisión aún no era de alcance masivo, en consecuencia la gente regularmente rompía la rutina yendo en búsqueda de espectáculos en vivo. Ahí desfilaban una gran cantidad de cantantes y músicos aficionados y también algunos profesionales del medio local porteño, como el Dúo Ugarte – Matus, la cantante Margarita Torres, etc., en una suerte de intercambio artístico con Centros Culturales de otros cerros de Valparaíso y Viña del Mar y el Sindicato de Folkloristas, cuyo presidente en ese tiempo era el guitarrista Ricardo Acevedo.
Guardo gratísimos recuerdos de ensayos y actuaciones acompañando con mi guitarra a mi madre, quién manejaba un amplio repertorio popularizado por la sanfelipeña Palmenia Pizarro y mis inicios en trabajos colectivos con el grupo “Ritmo 3” (batería, acordeón y guitarra). El acordeonista era un talentoso niño de nombre Luis Zenteno, hijo de un destacado músico que en otros tiempos había formado un dúo con el guitarrista Agustín Ponce, quienes desarrollaron una vasta experiencia como guitarristas estables en radios de la zona, acompañando a destacados intérpretes de la década del 50 que llegaban a actuar por estos lados. Los otros integrantes fueron el vecino de Luis, coincidentemente de apellido Hernández, quien tocaba la batería (no recuerdo su nombre), siendo después reemplazado por Ernesto Collao, y el último en ingresar fue Oscar Martínez como vocalista.

Cuando se es tan niño uno quiere estar en todas las posibilidades que la vida va brindando, y así es como participé también en un cuarteto electrónico, con instrumentos prestados, junto a mis amigos de esa época, José Hernández y los hermanos Jorge y Guillermo Menay (el Pepe, el Choche y el Yemi), con quienes desarrollamos un repertorio popular bailable y amenizamos algunas veladas en nuestro barrio. Guardo los mejores recuerdos y agradecimientos hacia ellos y sus respectivas familias, que en una época de precarias condiciones económicas, me cobijaban y me recibían como uno mas de ellos.

A pesar que mi padre no logró desarrollar plenamente sus inquietudes con las guitarra y las organizaciones culturales, recuerdo haber estado un par de veces con él en la mítica Peña de la Universidad de Chile, ubicada en calle Blanco en Valparaíso. Ahí la primera vez nos presentamos, con total desenfado, como dúo (guitarra y bombo), con el nombre “Los Costeños de Quintil” y fuimos gentilmente acompañados por el recordado “Gitano” Rodríguez, autor del hermoso vals “Valparaíso”.

En resúmen me tocó vivir una hermosa época, rica en experiencias musicales, junto a personas inolvidables, lo que paulatinamente me permitió ir descubriendo y desarrollando una pasión melómana ilimitada.

MI ADORADA MADRE, ROSA ELVIRA ARRIAGADA LUCERO


Las dulces manos de mi adorada madre, con delicada mezcla de ternura, paciencia y energía, guiaban mis pequeños dedos y me ayudaban a dibujar un Re Mayor en el diapasón de una vieja guitarra, que mi padre había traído a nuestro humilde hogar, en la periferia más extrema al sur de Quilpué, con el propósito de aprender y contar con un elemento adicional para el desarrollo de su bohemia vida por allá por los primeros años de la década del 60. Los conocimientos que tenía mi madre de este instrumento, los había aprendido mirando atentamente desde muy pequeñita, en tertulias familiares donde regularmente había una guitarra y más de alguien que sabía sacarle sonidos. Además, ella se destacaba por poseer un especial talento para el canto, el que fue desarrollando desde muy niña durante un largo período que estuvo internada en el Convento Hijas de María Inmaculada en Santiago, donde era admirada por cantar en 2ª voz, en forma absolutamente natural.

Esas incipientes e improvisadas clases que recibía de mi madre, se sucedían bastante a menudo y generalmente muy tarde en la noche, como una manera ideada por ella para mantenerme en vigilia y poder contar con mi compañía hasta altas horas de la madrugada en espera del regreso de mi viejo. Junto con el aprendizaje de los primeros acordes, comenzaron a tomar una forma diferente en mis oídos, tonadas chilenas, valses peruanos, zambas argentinas, tangos, boleros, etc. Seguramente, mi madre nunca dimensionó la inmensa pasión que desencadenaría en mí, dándole un sentido y orientación muy especial a mi vida. Para ella eternamente toda mi gratitud, no sólo por ser la mágica gestora de mi vida, sino que también por todos los elementos de humanidad que se fueron complementando a mi personalidad, mediante la sensibilidad por la música que heredé de ella, lo cual felizmente he podido compartir colectivamente con toda mi familia y una gran cantidad de amistades en todo este tiempo.

Y ahora... antes que la frágil memoria se guarde para siempre tanta vivencia, intentaré dejar para todos ustedes, unos pincelazos de tantos momentos irrepetibles... para seguir compartiendo.