martes, 2 de septiembre de 2008

"AMERICA, HOMBRE, TIERRA Y CANTO" - UNA PRODUCCION MUSICAL EDITADA EN 1984

A disposición de todos ustedes, para que la bajen desde un servidor externo, esta producción discográfica efectuada con mi amigo Kiko Donoso durante 1983, quien además redactó el texto explicativo incluído en este artículo.

http://rapidshare.com/files/142224684/KIKO_DONOSO_-_AMERICA__HOMBRE__TIERRA_Y_CANTO.rar.html



"…tres palabras que encierran profundos significados cuando hablamos de este continente, de sus habitantes y de su cultura.

Tierra descubierta como por casualidad, creyendo que se pisaba el extremo más oriental de las Indias, lo que motivó que a los nativos se les llamara , y se les llame aún, con el término común de indios.

Se género entonces el más grandioso fenómeno migratorio humano de los últimos siglos, motivado más por el afán de lucro que por la pasión de aventuras o el celo misionero. Oro azteca, oro maya, oro inca; su búsqueda llevó al conquistador hasta el confín del mundo, concluyendo, en menos de cincuenta años y en grandes líneas, la conquista de América, la que de simple expresión geográfica se convirtió en una realidad política, social y económica de proporciones inimaginables.

En América Anglosajona la colonización precedió a la conquista, mientras que en América Ibérica, la conquista precedió a la colonización.

Y, al contrario de lo ocurrido en Norteamérica, aquí en el sur la mezcla entre indios, europeos, y negros ha sido normal, porque, en la búsqueda del oro, el indio y el negro eran colaboradores necesarios y la unión con la india o la negra, por ejemplo, era una necesidad fisiológica, lo que generó una gran variedad de grupos étnicos, los que se distribuyeron en una geografía que posee todos los climas y todas las topografías. Los grupos nativos que permanecen más puros son, en general, los que habitan las regiones más inaccesibles del continente.

Y la música que llegó a estas tierras en las venas y en el alma del conquistador, se mezcló naturalmente con elementos nativos y negroides, haciendo del folklore musical hispanoamericano una materia riquísima y variada.

Hoy, dentro del canto popular de América Latina, los autores recogen toda esa herencia y, utilizando ritmos y giros melódicos tradicionales, componen canciones con temáticas, más actuales, con vivencias personales, alejadas en espíritu, fondo y forma de clisés comerciales y facilismos.

Los temas que se incluyen en la presente grabación tienen esa intención y ese espíritu.

Y sus propios fundamentos:

LADO A

1.- Versos del hospital: Cuartetas escritas por Violeta Parra en el año 1961, estando hospitalizada enferma de ictericia. Ella lo tomó con mucho humor y se inspiró en las cosas y personas que en ese momento la rodeaban. La melodía y el ritmo respetan el espíritu del trabajo de Violeta.

2.- Ser yo: Versos que tratan de mostrar, en pocas líneas, toda una filosofía de vida y de justificación para el canto. Se emplea ritmo de huayno, uno de los más típicos de la región del altiplano.

3.- Tabaré: Canción basada en el momento de la muerte, a manos de los españoles, del cacique charrúa Tabaré, protagonista del vasto poema épico del mismo nombre escrito por el autor uruguayo Juan Zorrilla de San Martín (1855 – 1931).

4.- Pastor de sueños: De pronto el hombre se da cuenta que su niñez ha quedado muy lejos y que es imposible volver a vivirla. Sólo se la puede recordar con nostalgia y soñar con esas viejas ilusiones. Hay una fuerte influencia de la música argentina en este tema, lo que estaría justificado por el hecho que su autor reside en Punta Arenas, donde se escucha más folklore argentino que chileno.

5.- Cuecas del libro: Dos “patas” de cueca hechas más para escucharlas que para bailarlas. Se dice que Violeta Parra se habría inspirado en la Biblia para componer estos versos.

6.- Canto al esfuerzo: Verdadero himno al trabajo que grafica, en cuatro oficios básicos, todo un homenaje a los hombres de trabajo. El ritmo utilizado es el de sirilla, característico de la zona sur de nuestro país.

LADO B

1.- Campesina: Con ritmo de joropo lento, la danza más típica de Venezuela, este tema está referido a la mujer de campo, tanto en su condición de mujer, como en su condición de trabajadora.

2.- Diario camino mío: Canción que nació del darse cuenta un día que el camino de ida y vuelta del trabajo se hace a veces más corto y otras veces más largo, dependiendo esto del estado de ánimo de cada uno. Y como también el paisaje parece que cambiara.

3.- Puedo ponerte mil nombres: (Perdón, pero como ustedes se darán cuenta, este es un asunto entre mi señora y yo no más. Ahora, si alguien se siente interpretado por el tema, tanto mejor).

4.- Cantor de manos jodidas: El camino que anda el cantor junto a su pueblo motiva su canto. Pero no le canta a la linda flor del camino, sino a ese pueblo, y a sus hermanos del rancho y del barracón. Y que lindo es, dice, el canto que no se compra ni se vende, sino que sólo se entrega y se recibe.

5.-Liturgia Huarpe: Los huarpes eran unas tribus indígenas que vivían en lo que es hoy la actual provincia de Cuyo, Argentina. Esta canción es el lamento de la raza y de la tierra avasallada por el conquistador.

ANECDOTARIO

Todo esto comenzó un día de marzo de 1966, cuando el gordo Guillermo me prestó su guitarra para ver si podía aprender a tocar. Tres años después tuvo que quitármela para poder recuperarla. Nunca voy a terminar de agradecerle esa paleteada. Desde entonces, mucho canto ha acompañado y me ha hecho querer ese “oficio de cantor” que he compartido con mi familia y con tantos amigos, en tantos lugares y en tantas trasnochadas (y alrededor de otros tantos vasos de vinito caliente).

Y quiso la suerte que en esas trasnochadas conociera a este buen amigo y excelente guitarrista que se llama Juan Hernández A., también un enamorado y un estudioso de la música popular y folklórica de Hispanoamérica (y fanático de Astor Piazzolla).

En el mes de marzo de 1982 nos pusimos a trabajar juntos. Revisó, corrigió y arregló mi repertorio. Montamos entonces un recital didáctico-musical llamado “América, hombre, tierra y canto”, parte del cual tiene ustedes en sus manos, ojos y oídos.

Finalmente, nobleza obliga, queremos agradecer a toda la gente que, de una manera u otra forma, colaboró con este trabajo:

En primerísimo lugar agradecemos a todo el equipo del sello C.C. (la tremenda paciencia de René en las perillas, los ricos almuerzo sabatinos de don Eugenio), a Javier y Roxana, a la comprensión de nuestras respectivas “patronas”, a la noble “citrola” de Víctor Abarca (Vitoco), el que comenzó ayudándonos a acarrear los instrumentos y terminó con los fonos puestos y tocando el bombo en la grabación de las Cuecas del libro y de la Liturgia Huarpe.

Gracias a todos ellos y gracias a ustedes. Entre todos estamos haciendo un esfuerzo para que nuestro canto popular no muera. Que no sea en vano.

Kiko Donoso

Villa Alemana, Enero 1984"

KIKO DONOSO, EL CABALLERO DEL FOLKLORE - DECADA DEL 80

Conocí a Kiko en el año 1974, durante las intensas jornadas musicales que se efectuaban en la mítica Peña Folklórica que comenzó a funcionar, después del golpe militar, en el Instituto Chileno-Francés de Valparaíso, en la calle Esmeralda. Me encontré repetidas veces con él, compartiendo escenario en las diferentes peñas que comenzaban a florecer tímidamente en esos duros años en varios sectores de nuestra zona. Su figura inspiraba respeto, no sólo por su elegante presencia, sino que también por la documentada presentación del repertorio latinoamericano que desarrollaba en sus actuaciones, lo que llevó a un periodista en una oportunidad, a bautizarlo como el “Caballero del Folklore”.

Eliseo "Kiko" Donoso Vergara, originario de La Calera, nació el 22 de diciembre de 1938 y pasó gran parte de su infancia en Quillota, y, aunque siempre tuvo interés por la música en general, tomó la guitarra siendo ya adulto, conformando un dúo con su amigo Ulises Morales a principio de los años 70, con quien participó activamente en importantes eventos desarrollados en la zona. Era el “Dúo Horizontes”, quienes destacaron ganando primeros lugares con temas de la autoría de Kiko, en el Festival de los Trabajadores, realizado en el Teatro Municipal de Viña del Mar en el año 1971; y en el Festival del Canto Joven en 1972, en el Aula Magna de la Escuela de Derecho de la actual Universidad de Valparaíso, en el cual se hicieron acreedores a la estatuilla “Violeta Parra”, premio entregado al festival por nuestro mítico cantor popular, Víctor Jara.

Siempre aprecié la entrega musical de Kiko cuando cantaba solo con su guitarra, y más de alguna vez pasó por mi mente la idea de complementar su canto con mis arreglos guitarrísticos, al estilo de lo que ya había experimentado con mi amigo Mario Grandi, de Punta Arenas. Lo encontré casualmente, casi a fines de la década del 70, en una travesía en micro entre Valparaíso y Viña del Mar, y fue esa la ocasión precisa para ofrecerle mi cooperación musical para cuando él lo estimara conveniente. No pasó mucho tiempo para que me planteara su inquietud en relación con un proyecto didáctico-musical denominado “América, hombre, tierra y canto”, el cual, bajo esquema de recital, pretendía presentar en importantes escenarios de la zona. Se unieron a este trabajo nuestros amigos Víctor Abarca en percusión, Gastón Espinoza en la narración y Luis Guerra en la proyección de diapositivas. Se trataba, sin duda, de un trabajo serio que requirió largas jornadas de ensayos, el cual finalmente se pudo concretar, siendo presentado innumerables veces en importantes escenarios, tales como, los Teatros Municipal y Cine Arte, de Viña Del Mar, Teatro Pompeya de Villa Alemana, Salón de Honor de la Universidad Católica de Valparaíso y en varios colegios de la zona.


Innumerables anécdotas surgieron durante el desarrollo de este importante trabajo musical. Sin embargo, la que es frecuentemente recordada, es aquella cuando Kiko se “enredó” con la letra de la “Sirilla de la Candelaria” de Patricio Manns, y en lugar de cantar “en el Canal de Chacao”, dijo “en el Chacal de Canao”. También recuerdo la oportunidad en que durante el desarrollo de un concierto, me correspondía interpretar un solo de guitarra, para lo cual tenía que rápidamente cambiar a una afinación traspuesta; pero Kiko anunció otro tema, así fue que quedé prisionero de un interminable momento tratando de “reafinar” mi instrumento.

Desde Santiago surgió una alternativa única, y era ésta la posibilidad concreta de dejar plasmado nuestro trabajo musical en una grabación profesional. Vinieron los contactos, la reunión con don Eugenio Ferrando, del Sello “Círculo Cuadrado”, detrás del cerro Santa Lucía, las jornadas de grabaciones con el técnico René Gallardo, la hospitalidad de Enrique Fernández y su esposa Roxana, para quedarnos en Santiago las veces que fue necesario; la paciencia de nuestras respectivas familias; para, finalmente, tener en nuestras manos la edición del trabajo musical en formato cassete y que llevó el mismo nombre del recital indicado. Cabe destacar que Kiko fue unos de los pocos cultores del canto popular de nuestra zona, que en esa época, en plena dictadura, logró aportar y dejar un testimonio musical grabado para las futuras generaciones.

Todo ese hermoso período de trabajo en conjunto, trajo como consecuencia el desarrollo de otros proyectos musicales importantes con él, como fueron, el Conjunto Folklórico “Rayén” de funcionarios de la Universidad Católica de Valparaíso, cuya sección musical me correspondió dirigir durante un par de años; la Agrupación Folklórica Familiar “Matices”, integrada junto a nuestras esposas Margarita Fernández y Margarita Brito, y otros matrimonio amigos: Carlos Jil y Mirtha Morales, Gilda Rezzio y Osvaldo Tapia; y el programa radial “Latinofolklore”, en la naciente emisora de la Universidad Católica, el cual nos permitió experimentar la hermosa labor de programar y conducir un documentado espacio dedicado a la música popular y folklórica latinoamericana.

Cuando a mediados de la década del 80 tuve que emigrar a Santiago por motivos laborales, nuestra relación musical se vió truncada; sin embargo, Kiko continuó con sus inquietudes, entregando en diferentes escenarios, un hermoso recital denominado “Canto y danzas de Hispanoamérica, junto a mi querido amigo Víctor Abarca y a una pareja de bailarines integrada por Ana María Riveros y Patricio Salazar. Incansablemente a través de estos años, ha continuado haciendo su aporte al folklore y la música popular, dirigiendo la parte musical del “Conjunto Folklórico Secreduc”, de la Secretaría Ministerial de Educación, y del Conjunto “Valparaíso Folklore”. Con este último grupo ha visitado innumerables países, entre otros, Argentina, Perú, Uruguay, Panamá, Costa Rica, Francia y Suiza, llevando a esos lugares una muestra de nuestra rica y diversa geografía musical. Y hace unos tres años formó el trío que lleva su nombre, conjuntamente con su esposa Margarita Fernández, en percusión, y el bajista Mario Torres. Y suma y sigue sin claudicar, complementando su quehacer con algunas actuaciones en solitario.


Por sobre la satisfacción de haber desarrollado y concretado nuestras inquietudes musicales colectivas durante un importante período, y haber tenido la posibilidad de aprender de su disciplina y seriedad, lo cual nunca dejaré de agradecer, me quedo prendido de esa profunda y hermosa amistad que logramos cimentar a nivel personal y familiar, constituyéndose en uno de esos pocos amigos vitalicios incondicionales que uno lucha por conservar a todo evento.

domingo, 17 de agosto de 2008

MUSICA LATINOAMERICANA EN LA DECADA DEL 70 CON “AMAUTA DE VALPARAISO” Y “OBRA TRIO”.

Cuando mi querida y recordada amiga Irma Leiva, a mediados del año 1974, habiendo recién iniciado mis estudios superiores en la Universidad de Chile de Valparaíso, hizo de nexo para que conociera a unos amigos que tenían un grupo de música andina en formación, nunca imaginé la intensidad de las relaciones y emociones que viviría en esos primeros años de dictadura, cuando transitar con charangos, quenas y zampoñas, constituía un riesgo, dado las absurdas prohibiciones del régimen militar que se había instalado a sangre y fuego en nuestro país.

Llegué la primera vez con mi guitarra a la casa de José Sánchez (percusionista), en la calle Amalia Paz del Cerro Los Placeres en Valparaíso, y me recibieron además, Eugenio Encina (quenista y guitarrista), Víctor Abarca (quenista) y un charanguista cuyo nombre no he podido recordar. Irma me había comentado previamente que se trataba de un conjunto que tenía un proyecto de grabación a corto plazo, sin embargo al desenfundar los instrumentos y comenzar a tocar con ellos, pude notar que solo se trataba de un grupo aficionado que con mucho entusiasmo intentaba armar un repertorio para recrear y revivir la música que en ese momento estaba clasificada como proscrita por los militares, y que el proyecto de grabación no existía. No obstante, me agradó la idea, el grupo de personas y el repertorio a desarrollar y me comprometí a iniciar un trabajo musical con ellos, ante lo cual me solicitaron además que me hiciera cargo de la dirección musical.

El primer nombre que tuvo el conjunto, con muy poco fundamento y sentido para mi gusto, fue “Los Traucos”, pero muy luego al retirarse el charanguista e incorporarse los hermanos Prado, Pedro (charanguista) y José (percusionista), que venían del grupo “Los Andariegos de Pancho”, cambiamos el nombre a “Grupo Amauta de Valparaíso”.

Recuerdo con esta nueva formación y con la colaboración de Manuel Montenegro en la locución, nuestro comprometido primer trabajo para llevar adelante un recital de música latinoamericana, lo cual se concretó con éxito el 14 de diciembre de 1974 y se llevó a efecto en el salón del Teatro IPA en calle Condell, que en ese tiempo administraba don Hernán Salas, padre del conocido humorista Alvaro Salas; con este último me unía una gran amistad por haber sido compañeros de Liceo ( el N° 3 de Valparaíso) y vecinos en Miraflores Alto, donde guitarreábamos frecuentemente (que habrá sido de don "Beno" Manso que cantaba con tanto gusto el repertorio del mexicano Javier Solís)

Adicional a la nutrida agenda de actuaciones en tímidas peñas folklóricas, algunas clandestinas, dado el régimen que imperaba, guardo especial recuerdo de una jornada que organizamos junto a otros grupos de música folklórica latinoamericana de la zona, la cual se llevó a efecto en el salón de la Universidad Santa María con inusitado éxito. El espectáculo se denominó “Chile canta a Latinoamérica”, y los grupos participantes fueron: “Los Paracas”, “Quilmará”, Pumanque 75, “Amauta de Valparaíso” y el cierre con el destacado grupo "Kollahuara", integrado por chilenos y bolivianos.

Algunas diferencias, originadas por la selección de repertorio y desaveniencias entre algunos integrantes, hizo que el grupo se desarticulara, e intentara rearmarse repetidas veces con algunos nuevos integrantes, entre los cuales recuerdo a Juan Arancibia (poeta), Lucho Vidal (ex Paracas), Miguel Henríquez, Héctor Morales y Jorge Arias.

Estuvimos en actividad hasta el año 1977, actuando en la mayoría de las instancias y espacios que era posible gestar en esos duros años, cruzando cerros porteños y viñamarinos a pie, con nuestros instrumentos al hombro, siendo la Peña del Instituto Francés que funcionaba en las calle Esmeralda, nuestro principal centro de operación, la que nos permitió relacionarnos con la mayoría de los cantores, músicos y artistas de la zona que con pasión y conciencia mantuvieron viva la esperanza de la reivindicación del arte popular y la lucha contra la dictadura.

En el año 1976, José Prado (El Chicho) partió al exilio a Alemania y luego vino la creación del “Boliche La obra”, en el cual se constituyó el trío integrado por Pedro Prado, Víctor Abarca y Juan Hernández, con el nombre de “Obra Trío”, desarrollando un trabajo de música criolla latinoamericana, convirtiéndose en un número estable de este nuevo centro cultural porteño. En marzo de 1978, Pedro Prado también tuvo que partir al exilio a Alemania, siendo reemplazado por Héctor Morales para darle continuidad al trío. La década del 70 que comenzó con tantas esperanzas y que se instaló definitivamente con tanto dolor entre nosotros, se nos fue finalmente llevándose también definitivamente al “Boliche La Obra y al “Obra Trío”.

Me quedo sin embargo, con la nostalgia de haber compartido con una gran cantidad de personas, amigos extrañables, de quienes siempre recibí protección, tal vez por haber sido uno de los más jóvenes, y en diferente grado me ayudaron a madurar y a indagar en mis profundas convicciones. Con algunos de ellos aún conservo una incondicional amistad, como es el caso de Pedro Prado, Víctor Abarca y Juan Arancibia.

Jamás olvidaré las atenciones en los hogares de las respectivas familias, y especialmente del estamento femenino durante los ensayos en el Cerro Los Placeres; Alejandra en la casa de José Sánchez (el Pepe), mi estimada comadre Anita Báez donde Pedro Prado, los inolvidables padres de Juanito Arancibia, la querida mamita de Víctor Abarca; y principalmente mi esposa Margarita Brito en la mediagua en la Población Vistamar, nuestro primer hogar, donde literalmente "hacinados" con todos mis amigos compartíamos el ensayo, el tecito, la amistad y los sueños de construir esa sociedad que todavía nos debemos.

martes, 12 de agosto de 2008

AUGUSTO CORREA, "ACTIVISTA" FOLKLORICO Y GESTOR DE INOLVIDABLES AVENTURAS JUVENILES – VIÑA DEL MAR 1966 / 1973



Corría el año 1966 y la primeras inquietudes de participación en actividades que tuvieran que ver con la música y la guitarra, se fueron desarrollando paulatinamente al relacionarme con un especial grupo de personas, la mayoría trabajadores dependientes de locales comerciales del centro de Viña del Mar, organizados en la asociación denominada AASUP, quienes habían dado rienda suelta a sus inquietudes musicales mediante la formación del Grupo Folklórico "Anchimallén", dirigido por el Profesor Ricardo Mercado y su esposa Luisa Riveros, cobijados bajo el alero de la sede de ANECAP, Sindicato de Empleadas de Casas Particulares, ubicado en la calle Etchevers, frente a la Escuela 15.

Eran años de mucho entusiasmo por las manifestaciones folklóricas, y claro, existían sólidos referentes, los grupos Millaray con Héctor Pavez y Gabriela Pizarro, y Cuncumén con Rolando Alarcón y Víctor Jara, cuyas grabaciones editadas en discos L.P. de vinilo, permitían acceder un hermoso repertorio de auténtica música tradicional chilena, que era copiado y recreado por grupos de aficionados, como era el caso de esta agrupación de amigos.

Augusto Correa, integrante del grupo folklórico, quien tenía todo el ímpetu aglutinador y era conocido como gestor de actividades colectivas, me invita a participar para realizar una tarea bastante especial e interesante para mí, la cual consistía en revisar las grabaciones en discos de vinilo de grupos y solistas profesionales, e intentar copiar y reproducir los “punteos” y arpegios en guitarra, de los temas elegidos para su repertorio. Esa fue la labor que desarrollé durante algún tiempo y curiosamente nunca me integré al conjunto, sin embargo participé en todas las instancias de convivencia que ellos se propiciaron, y tuve así la primera oportunidad de conocer y aprender a amar el hermoso repertorio de música folklórica y tradicional chilena, de la mano con estos amigos, con quienes en su mayoría, lamentablemente debido al tránsito por diferentes caminos, fui perdiendo contacto.

Algunos nombres de los integrantes del Grupo Folklórico que he logrado recopilar y recordar con la ayuda de otros amigos, van apareciendo paulatinamente en mi mente: Juan Ramírez, Carlos Zamora, Marta Pérez, Ernesto Acevedo, Carmen Barrera, Carmen Catalán, Rosa Ramírez, Mirtha Morales, José Saavedra, Héctor Morales y Sonia Muñoz, entre otros.

Paralelamente existía bajo el mismo alero, una agrupación teatral, dirigida por la querida y recordada Tía Lidia, quien junto a Alejandrina Morales (hermana de Mirtha), Hernán Leiva (el flaco), Víctor Flores (el chico), Elba Saavedra, los hermanos Irma, María, Alicia y Patricio Leiva, la Genoveva, entre otros, preparaban sus obras y sketchs, siendo un importante complemento para las actividades artísticas que la asociación AASUP efectuaba en diferentes escenarios en Viña del Mar. Nuevamente, y curiosamente aunque lo mío era la música y la guitarra, me integré a estas actividades y participé en algunos sketchs, cuyo trabajo de preparación y posterior puesta en escena me entretenían muchísimo.

Como no recordar los viajes al Sur y Norte de nuestro país que Augusto Correa organizaba y en los cuales participaban la mayoría de los amigos que he nombrado, recibiendo de todos ellos, protección y sinceras manifestaciones de cariño, aparte de “avivarme la cueca”, por ser yo un pequeño niño que animaba las diferentes jornadas con mi guitarra. Y claro, conversando con amigos van surgiendo mas y mas personajes colaboradores de tantas jornadas, y se aglutinan en la mente, Esperanza Madrigal (la mamy), Rebeca Madrigal, Cruz Hernández, don Pedrito Guerra y toda su familia...

Conservo un recuerdo permanente de los paseos a Artificio de Pedehua, localidad rural que queda al otro lado de Cabildo, pasando un pequeño túnel que permite acceder al valle, donde la cariñosa Dorita, hermana de Augusto, y el Mino, su esposo, quienes tenían un restorán a la entrada del pueblo, y nos atendían “a cuerpo de rey”, teniendo la posibilidad de degustar todo tipo de exquisiteces, codornices al horno, pastel de choclo, quesos y los insuperables "platachos", que solo ellos podían preparar. Es imposible olvidar todas las atenciones y expresiones de cariño recibidas en ese lugar, de parte de los dueños de casa, como también de los lugareños, solo a cambio de nuestra música y la alegría de vivir. Ahora a la distancia puedo reflexionar y entender una vez mas, que ha sido mi guitarra compañera, la que me permitió tener acceso a tantas personas con las cuales experimenté desde muy niño, momentos de felicidad inolvidables.

Me desvinculé de este maravilloso grupo de personas y perdí contacto durante los años que estuve en actividad musical en Santiago con La Orquesta Sangre Tanguera de Angelo Cherry y volví a verlos a fines del 1972, todavía organizados como grupo folklórico de canto y danza activo, pero ahora, bajo la conducción de Augusto Correa; varios ya no estaban y habían nuevos rostros. Creo que solo permanecía Héctor Morales. Se habían integrado nuevos amigos, entre otros, Carlos Jil, Luis “Sata” Ponce, Manuel Alvear, Edith Guerra, las hermanas Iris y Gladys, José Hernández, Isabel Espinoza, Hernán Olivares y su esposa Carmen, mi hermana Lidia Hernández y su mejor amiga Margarita Brito, de quien me enamoré perdidamente, llegando al extremo de “cometer casamiento” tempranamente, formando la hermosa familia que la vida generosamente me ha otorgado… pero bueno, esa es otra historia.

En esta nueva etapa, a mis tempranos 17 años, venía llegando de Santiago tras haber experimentado todo un cúmulo de experiencias como músico profesional, con mucho escenario y grabaciones, caminando peligrosamente por la cuerda del ego. Afortunadamente, la sencillez de mi gente y los nuevos amigos, me hicieron volver a la realidad y pude desarrollar profundas relaciones de amistad. La mayor afinidad la alcancé con mis nuevos amigos, Carlos Jil, Héctor Morales y Luis “Sata” Ponce, con quienes compartí intensamente el gusto por la música y la guitarra y, teniendo la posibilidad de entregarle a ellos, mucho de lo que había aprendido con músicos profesionales en Santiago. Algunos años después pude desarrollar también con ellos, hermosas experiencias musicales con emblemáticos grupos musicales de Valparaíso, como son el grupo Amauta (con Héctor), Los Afuerinos (con ellos tres) y Diapasón Porteño (con el "Sata"). Atesoro con especial cariño todas aquellas vivencias que nuestras guitarras nos permitieron compartir.

Con todos estos nuevos amigos y novia incluída, el reiterado retorno a Artificio de Pedehua, al restorán de la querida Dorita, se constituyó en el período mas intenso de amistad y música que me tocó vivir, con toda la fuerza y la sana disposición que la juventud provee.

Indudablemente el artífice de la mayoría de los inolvidables momentos vividos, que en parte he descrito, fue mi querido amigo Augusto Correa, de quien supe que finalmente volvió a sus raíces radicándose en Pedehua. Lo menos que puedo hacer aprovechando este espacio que contiene este resumido pero sentido recuerdo, es dejar plasmado, especialmente para Augusto y tantos amigos que él representa, mi eterno reconocimiento y agradecimiento por todas sus gestiones que le dieron forma y sentido a mis irrepetibles vivencias juveniles.

domingo, 27 de julio de 2008

EL BOLICHE LA OBRA - VALPARAISO 1977

Desde el año 1974 transitando por el camino de la música, el teatro y el arte en general, intentábamos darle sentido a la vida, luchando con manos limpias contra la cruenta dictadura instalada en Chile desde septiembre de 1973, cobijados bajo el alero del Instituto Chileno-Francés de Cultura, dirigidos en ese entonces por el Sr. Alain Drouillet. Un grupo de músicos, cantores y actores, intentábamos mantener ese espacio, para proveer el oxígeno necesario que solo el arte es capaz de otorgar, con el objetivo de mantener viva nuestra esperanza y ofrecer una opción a muchos que iban y venían desorientados por nuestro maltratado Puerto.

La Peña “El Brasero” que funcionaba frente al Pedagógico de la Universidad de Chile en Playa Ancha y la Peña “Magisterio” de Peñablanca, eran los otros bastiones que ofrecían el espacio necesario para el encuentro de quienes entregaban y quienes requerían expresiones de arte comprometido con los difíciles momentos que se vivían.

Con la idea de brindar otra opción independiente, para que los Porteños tuvieran un lugar donde reunirse a conversar y tener acceso a expresiones culturales de alta calidad relativas al Teatro, la Música, la Danza y las Artes Plásticas en general, a comienzos de 1977, un heterogéneo grupo de personas decidimos darle forma a un nueva Sociedad de Creación y Difusión Artístico-Cultural, cuyo nombre de fantasía fue “Boliche La Obra”, ubicado en un tercer piso, en toda la esquina de Pedro Montt con Las Heras, en el centro de Valparaíso.

La sociedad originalmente estuvo integrada por Rodrigo Díaz, Ramón Fernández, Antonio Glaría, Juan Hernández, Víctor Abarca, Nilda Saldamando y Virginia Urbina, sin embargo hubo una gran cantidad de colaboradores que impregnados de una mística colectiva, le dieron forma al proyecto, trabajando en la refacción del local y la posterior puesta en marcha, con todo lo requerido por un local de la envergadura descrita.

Los primeros números artísticos locales que conformaron un elenco estable fueron, entre otros, Manolo Orrego, hoy destacado músico y luthier; Los Hermanos Mingram (¿qué será de ellos?); el Conjunto Folklórico “Alimay” dirigido por Valentín Sousa; el “Grupo Almendral” de música y danzas coloniales de salón , dirigido por Roberto Urrea; el Conjunto de Música Latinoamericana “Obras Trío”, integrado por Pedro Prado, Víctor Abarca y Juan Hernández; Víctor Hugo Sepúlveda y los primeros atisbos del grupo de música nortina “La Bandalismo”; Kiko Donoso, el caballero del folklore; Lucho Contreras, cantor popular; Jorge Barraza, intérprete folklórico; y Fernando Leiva, joven valor en ese entonces .

Desde Santiago, también entre muchos otros, tuvimos la frecuente visita de Tilusa, el payaso del humor triste, acompañado por la voz y guitarra de Pancho Caucamán; Gabriela Pizarro y toda la fuerza de nuestras raíces que en otrora habíamos admirado dirigiendo el Conjunto Millaray; el tío Roberto Parra y sus cuecas choras; el Grupo Antara; Capri y Nano Acevedo, destacadas figuras del movimiento continuador de Nueva Canción Chilena, denominado Canto Nuevo.

Como no recordar a mi gran amigo Mario Grandi, quien vino desde la austral Punta Arenas abrazado a su guitarra, dándome la posibilidad de implementar con él un hermoso repertorio principalmente de música Argentina, que fue presentado en reiteradas oportunidades en diferentes escenarios de nuestra zona durante un par de años.

Estuvimos luchando durante casi tres años intentando mantener este espacio, pero la apretada situación económica, la mayoría de las veces superada gracias al aporte fundamental del “Flaco” Antonio, el asedio constante de los organismos de seguridad, y las diferencias de criterio y acciones con muchos de los nuevos colaboradores, terminaron por cerrarnos las posibilidades de continuar.

Queda sin embargo, el grato recuerdo de un gran grupo de personas que se entregaron con valentía a una tarea colectiva, compartiendo un cúmulo de experiencias en función del arte y la lucha contra la dictadura. La mayoría de ellos continuaron separadamente en forma individual o cobijados bajo otros aleros, luchando por una sociedad mejor, desarrollando y entregando sus pasiones artísticas.

Mi mayor privilegio es haber atesorado lo que este grupo humano me entregó: el sentido del trabajo colectivo, los conceptos fundamentales de la palabra solidaridad, el estudio permanente de la disciplina que uno elija, y por sobretodo una amistad desinteresada y sincera.

Quedan invitados todos a complementar este recuerdo y experiencia con todos los protagonistas que falta mencionar y cualquier anécdota que haya quedado por ahí en el tintero, en la sección "Comentarios" de este artículo. Podrán notar que la foto al inicio corresponde al día de la inauguración del local y puedo reconocer entre otros, algunos rostros que fueron protagonistas también: Paty, Marcela, Bernardita, Gastón, Maggie, Alejandro, Walter....

miércoles, 16 de julio de 2008

ANGELO CHERRY Y SU SANGRE TANGUERA Y EL NACIMIENTO DE MI PASION POR EL TANGO



En el año 1969 conocí en Santiago al joven bandoneonista chileno Angelo Cherry, con quien me une un lejano vínculo familiar, ya que mi madre es prima hermana de su abuela materna. En un viaje a Santiago con mi madre, gran acontecimiento en esos tiempos, visitamos su casa en el sector Lo Vial y fuimos recibidos por su madre, la tía Silvia, y no pasó mucho rato para que nos viéramos envueltos en una entretenida tertulia musical, que en definitiva permitió relacionarnos durante un prolongado período. En esos tiempos, Angelo, un enamorado del tango, tenía el proyecto de crear un conjunto, y fue así como junto a su amigo y vecino Enrique Erazo, violinista, y el contrabajista Juan Bautista Pardo, me invitaron a participar con mi guitarra, para conformar el “Cuarteto Chanteclaire”, permitiéndome conocer muy tempranamente gran parte de la bohemia santiaguina, actuando en algunas boites y clubes sociales. En realidad “mi guitarra” no era mía, ya que como buen principiante, no tenía un buen instrumento para "dármelas" de músico profesional. Afortunadamente, mi querida tía Gloria, hermana de mi padre, tenía una muy buena guitarra que había comprado en la cárcel de Valparaíso (decían que eran las mejores), y tuvo la gentileza de prestármela para cumplir los compromisos que había adquirido. Recuerdo que el “manager” que nos llevaba a diferentes lugares era el popularísimo humorista Carlos Helo, quien seguramente veía muchas posibilidades para un grupo de muchachos menores de veinte años, que se dedicaban apasionadamente a un especial rubro musical, como es el tango. Viajamos con esta agrupación también varias veces a Valparaíso, actuando en locales como “La Goleta” de calle Pedro Montt, en un salón que tenía la Cía. Chilena de Tabacos y en el Teatro Pacífico en el sector puerto. Esporádicamente hasta el año 1971 continué participando con ellos, con la dificultades que provocaba la distancia, ya que yo seguía residiendo en Viña del Mar. Eso habría de cambiar.

Angelo seguía muy inquieto con su proyecto y fue así como decidió darle un carácter mas moderno al grupo, implementándole un dispositivo electrónico a su bandoneón. También hubo cambios en los integrantes de su agrupación, pasando a formar parte del cuarteto el pianista Pedro Bazán y el violinista Vicente Barragán. Ahí me invita a participar como bajista, conformándose así la agrupación original bautizada “Sangre Tanguera”.

A principios del año 1972, Angelo es convocado por el sello Philips para una audición con su orquesta con la finalidad de ser contratado para una eventual producción fonográfica. Nos trasladamos con todos los instrumentos a las oficinas del sello, junto a dos cantantes, Juan Carlos Solari y otro muy joven que no recuerdo su nombre. El resultado fue positivo, aún cuando lamentablemente el cantante más joven no fue del gusto de los productores, siendo rechazado. Inmediatamente después comenzaron las sesiones de grabación en un estudio que había cerca de la Plaza de Armas de Santiago, bajo la dirección técnica del ingeniero Luis Torrejón. Como se requerían dos cantantes, Angelo convocó a Jorge Larroca, cantor porteño (del puerto de Valparaíso), así que en un muy corto plazo, a mediados de mayo del mismo año, tuvimos en nuestras manos la primera edición el disco LP “Angelo Cherry y su Sangre Tanguera”, que en definitiva se convertiría en una importante carta de presentación para los fines artísticos de Angelo, constituyéndose del mismo modo en mi primera experiencia discográfica.

Ese año dejé mis estudios secundarios para radicarme en Santiago y dedicarme completamente a la música. Afortunadamente, gracias a las gestiones de un querido amigo, el profesor Oscar Labra, y la ayuda de otro gran amigo, Luis Palumbo, logré prepararme paralelamente y rendir exámenes a fines de año como alumno libre, cumpliendo y aprobando el 3er año de enseñanza media.

Ese año, hasta el verano del 73, fue verdaderamente vertiginoso, ya que las actuaciones en boites, clubes y carpas en Santiago, y giras al Norte por las principales ciudades y pequeños pueblos, se sucedían una tras otra. Actuaciones en televisión, en Sábados Gigante con Don Francisco, en Sábados Alegres con Enrique Maluenda, fueron experiencias muy alucinante para un muchacho que estaba acostumbrado a un sistema de vida bastante mas tranquilo y por sobre todo inmensamente precario. Desgraciadamente no tuve la visión necesaria para dimensionar las posibilidades de relación que tuve con una inmensa cantidad de músicos y cantantes de diferentes estilos, que cruzaron tangencialmente mis actividades de esa época y que ahora en perspectiva lamento no haber tenido la claridad suficiente para cultivar esos contactos, lo que me habría permitido tener un mayor conocimiento de los talentos y vivencias personales de todos ellos. Recuerdo entre otros, a Los Cuatro Duendes, Los Diamantes de Sol, Luis Bahamonde y Carmencito Ruiz, Los Galos, Inti Illimani, Los Moros, Arturo Gatica, Gervasio, Los Jaivas, Héctor Presas “Cachito”, Ramon Aguilera, Ricardo Acevedo, Willy Segovia, Los Dixon, Villadiego, Arturo Gatica, etc.

Era una época en que había mucha actividad artística y bohemia. Había empresarios que organizaban giras con diferentes elencos artísticos recorriendo todo el país. Recuerdo particularmente haber visitado todo el norte del país a fines del 1971, con Angelo Cherry, en una gira cuyo número principal eran un grupo electrónico de unas muchachas nórdicas llamado “Las Satánicas”. Las condiciones de viaje eran bastante complicadas, puesto que el bus que nos transportaba no era propiamente un bus, sino que se trataba de una micro del recorrido “Matadero-Palma”, tornándose insoportable el viaje al cabo de algunas horas. Despertar de madrugada en medio de la pampa, entumido de frío, algunas veces hambriento, pero por sobretodo adolorido por la incomodidad de los asientos, solo se podía soportar con la energía que da la juventud y lo entretenido que era jugar a ser "artista".

Habían riesgos que en otras giras similares cobraron víctimas fatales, como es el caso del accidente que costó la vida a un guitarrista de la cantante Palmenia Pizarro y otro en que los integrantes del grupo Los Galos, resultaron algunos con graves heridas. El asunto era que los empresarios que comandaban esas giras, programaba funciones paralelas a la misma hora en dos pueblos o ciudades con el mismo elenco, en consecuencia para poder cubrir el desarrollo del show, se debían programar traslados en automóviles a gran velocidad con el evidente peligro que esto constituía. Todavía conservo la sensación de miedo que provocaban aquellas funciones simultáneas en Pueblo Hundido (ahora Diego de Almagro) y Potrerillos, cuando teníamos que trasladarnos a una altísima velocidad por caminos de tierra y al borde de precipicios.

En esa gira hubo un guitarrista que particularmente me llamó la atención. Se trata de Willy Segovia, quien lideraba el grupo musical “Los Sagitarios”, y eran quienes acompañaban a todos lo cantantes solistas que iban en el elenco de la gira. Entre otros a Ramón Aguilera, quien desarrollaba un repertorio romántico muy popular y que requería gran destreza guitarrística en su acompañamiento. El exceso de timidez no me permitió acercarme más a este músico a quien admiré no solo por su entrega musical, sino que también por su sencillez y extrema cultura en temas relacionados con los ovnis y otros temas esotéricos. Al momento de estar haciendo estos recuerdos, aún no he podido establecer un contacto con él, no obstante ya me informé que aún vive en Santiago y sigue desarrollando actividades musicales. No pierdo las esperanzas de acceder a este músico para indagar y conocer mas acerca de su trayectoria y desarrollo guitarrístico en todos estos años.

Hubo dos viajes con Sangre Tanguera que derivaron cada uno en temporadas de aproximadamente tres semanas en importantes ciudades del Norte. El primero a Iquique, en el Balneario Cavancha, donde actuábamos todos los días y pude experimentar la sensación de creerme “artista”. En efecto usábamos smoking, y eso resultaba muy alucinante para un muchacho de 16 años. Recuerdo que mi juvenil ego fue violentamente dañado cuando una noche estando en la terraza del balneario en un descanso entre salidas de actuación, unos clientes me confundieron insistentemente con un garzón , exigiéndome que los atendiera. Tuvieron que pasar algunos años para entender que ésta había sido solo una graciosa anécdota. El viaje tanto de ida como regreso lo hicimos en un automóvil Volvo SS y recuerdo particularmente la odisea que significó un viaje de mas de 24 horas con seis personas a bordo, el chofer mas los cinco integrantes del conjunto. El cantante, Juan Carlos Solari, que ostentaba un físico superior a nuestra media, fue la “vedette” del viaje, ya que teníamos que turnarlo tanto en el asiento delantero como el trasero, para compartir el suplicio que significaba el hacinamiento en ese vehículo tan pequeño.

El segundo viaje fue a Arica y resultó ser mucho mas cómodo ya que viajamos desde Santiago con Angelo y su tío Bruno Garetto, quien manejaba un amplio y moderno vehículo. El resto de la agrupación viajó en bus. Esa temporada estuvimos actuando todos los días en la Boite Lucerna que se encontraba a la salida del camino al Valle de Azapa. Fuimos instalados en una residencia en calle 21 de Mayo 720 (no se porqué nunca olvidé la dirección), y desde ahí desarrollábamos nuestra actividad diaria de paseos y entretenciones, haciendo la hora para dirigirnos en la noche al local donde actuábamos. Siempre me quedé con la duda respecto al origen y actividad de un personaje de bastante edad que era el dueño de la residencial donde estábamos alojados, puesto que era muy enigmático y me llamaba la atención la cantidad de joyas de oro que cargaba, anillos pulseras y cadenillas. Además siempre andaba acompañado de un hombre bastante mas joven que era su asistente y guardaespalda, quien incluso andaba armado con una cartuchera cruzada al pecho. Tuve la oportunidad de compartir escenario con un cantante que ya en ese tiempo admiraba. Se trata de Villadiego, intérprete de la polémica pero hermosa cueca de Jaime Atria, “La Violeta y la Parra”, quien junto a Gloria Benavides presentaban un atractivo y entretenido show. Creo que fueron los primeros pasos de Gloria como comediante, lo cual consolidó posteriormente en programa televisivo “Jappening con Ja”.

Guardo un afectuoso recuerdo de Pedro Bazán, pianista de la orquesta, quien siempre tuvo un consejo y una palabra de aliento a mano para mí, toda vez que yo me desenvolvía en un mundo de adultos, con todo lo que ese ambiente bohemio contiene, y que eventualmente resultaba a veces algo peligroso para un joven que empezaba a tener acceso a todo lo que la vida va proporcionando. Ahora al ver a mi hijo Víctor Daniel, de la misma edad, me doy cuenta que en ese entonces yo aún era un niño. Los consejos de Pedro Bazán y la nostalgia de tener a mi familia lejos y extrañar especialmente a mi madre, me hicieron decidir que esa sería mi última salida con Angelo y que debería volver a Viña del Mar a la casa de mis padres, para terminar mi enseñanza media y pensar en un futuro distinto para subsistir, dejando la música como un complemento solamente.

No obstante, la semilla de la pasión por la guitarra y la calidad de melómano empedernido ya se había sembrado, y no puedo dejar de mencionar muy especialmente al extraordinario guitarrista chileno, Leonel Meza, integrante y director del trío melódico “Los Diamantes de Sol”, a quien conocí en 1972 en una temporada de seis meses que compartimos en un local llamado “El Cantagallo” en Las Condes en Santiago. Gracias a la generosa disposición de Leonel, aprendí algunas técnicas fundamentales, que fueron en definitiva la base para el desarrollo de mis estudios y desempeño en la guitarra popular. Después de 32 años, la vida me brindó la posibilidad de reunirme con Leonel y agradecerle personalmente las enseñanzas que recibí de él, las cuales posteriormente también pude compartir aquí en la zona con varios amigos músicos guitarristas de mi generación.

domingo, 13 de julio de 2008

MIRAFLORES ALTO, VIÑA DEL MAR, DECADA DEL 60

Mi primer acercamiento a las inagotables posibilidades de desarrollo y estilos que tiene la guitarra popular, se produjo por allá por el año 1964, mediante un LP de vinilo que mi padre había llevado a casa, cuyo intérprete era el argentino Atahualpa Yupanqui; y otro que posteriormente me fuera regalado por mi amigo Augusto Correa, cuyo intérprete era el destacado guitarrista viñamarino Ricardo Acevedo. Otros sonidos que embriagaron mis incipientes sentidos en aquellos tiempos, fueron la introducciones de guitarra creadas e interpretadas por el argentino Ernesto Cabezas, 1ª guitarra de Los Chalchaleros; el estilo inconfundible del requinto del mexicano Alfredo Gil del Trío Los Panchos; y las introducciones en guitarra grupal que se escuchaban en las grabaciones de Los Cuatro Huasos y Los Quincheros, cuyo artífice y ejecutante indiscutido, vine a saber después de muchos años, era el gran guitarrista chileno Humberto Campos junto a una pléyade de los mejores guitarristas populares chilenos, cuyos arreglos requeridos y contratados por los sellos discográficos, en mi opinión, han pasado a formar parte de lo mas representativo del concepto guitarrístico grupal aplicado a la música popular y folklórica chilena, y hasta hoy, se han mantenidos en un injusto anonimato.
Aquellos primeros años en el Cerro Miraflores Alto, Viña del Mar, en la década del 60, estuvieron colmados de hermosas experiencias musicales como aficionado en un Centro Cultural, liderado por el "Melo" (mi padre), el Sr. Soto (marino jubilado), el Sr. Zenteno (guitarrista), don Juan Navarrete (Temucano que tocaba guitarra traspuesta) y su cuñado don Pedro Valdebenito (peluquero del barrio), quienes conformaron esa Sociedad Cultural, organizando espectáculos domingo por medio, en un salón de una escuela primaria del barrio. Había una convocatoria extraordinaria dado que en aquella época la televisión aún no era de alcance masivo, en consecuencia la gente regularmente rompía la rutina yendo en búsqueda de espectáculos en vivo. Ahí desfilaban una gran cantidad de cantantes y músicos aficionados y también algunos profesionales del medio local porteño, como el Dúo Ugarte – Matus, la cantante Margarita Torres, etc., en una suerte de intercambio artístico con Centros Culturales de otros cerros de Valparaíso y Viña del Mar y el Sindicato de Folkloristas, cuyo presidente en ese tiempo era el guitarrista Ricardo Acevedo.
Guardo gratísimos recuerdos de ensayos y actuaciones acompañando con mi guitarra a mi madre, quién manejaba un amplio repertorio popularizado por la sanfelipeña Palmenia Pizarro y mis inicios en trabajos colectivos con el grupo “Ritmo 3” (batería, acordeón y guitarra). El acordeonista era un talentoso niño de nombre Luis Zenteno, hijo de un destacado músico que en otros tiempos había formado un dúo con el guitarrista Agustín Ponce, quienes desarrollaron una vasta experiencia como guitarristas estables en radios de la zona, acompañando a destacados intérpretes de la década del 50 que llegaban a actuar por estos lados. Los otros integrantes fueron el vecino de Luis, coincidentemente de apellido Hernández, quien tocaba la batería (no recuerdo su nombre), siendo después reemplazado por Ernesto Collao, y el último en ingresar fue Oscar Martínez como vocalista.

Cuando se es tan niño uno quiere estar en todas las posibilidades que la vida va brindando, y así es como participé también en un cuarteto electrónico, con instrumentos prestados, junto a mis amigos de esa época, José Hernández y los hermanos Jorge y Guillermo Menay (el Pepe, el Choche y el Yemi), con quienes desarrollamos un repertorio popular bailable y amenizamos algunas veladas en nuestro barrio. Guardo los mejores recuerdos y agradecimientos hacia ellos y sus respectivas familias, que en una época de precarias condiciones económicas, me cobijaban y me recibían como uno mas de ellos.

A pesar que mi padre no logró desarrollar plenamente sus inquietudes con las guitarra y las organizaciones culturales, recuerdo haber estado un par de veces con él en la mítica Peña de la Universidad de Chile, ubicada en calle Blanco en Valparaíso. Ahí la primera vez nos presentamos, con total desenfado, como dúo (guitarra y bombo), con el nombre “Los Costeños de Quintil” y fuimos gentilmente acompañados por el recordado “Gitano” Rodríguez, autor del hermoso vals “Valparaíso”.

En resúmen me tocó vivir una hermosa época, rica en experiencias musicales, junto a personas inolvidables, lo que paulatinamente me permitió ir descubriendo y desarrollando una pasión melómana ilimitada.

MI ADORADA MADRE, ROSA ELVIRA ARRIAGADA LUCERO


Las dulces manos de mi adorada madre, con delicada mezcla de ternura, paciencia y energía, guiaban mis pequeños dedos y me ayudaban a dibujar un Re Mayor en el diapasón de una vieja guitarra, que mi padre había traído a nuestro humilde hogar, en la periferia más extrema al sur de Quilpué, con el propósito de aprender y contar con un elemento adicional para el desarrollo de su bohemia vida por allá por los primeros años de la década del 60. Los conocimientos que tenía mi madre de este instrumento, los había aprendido mirando atentamente desde muy pequeñita, en tertulias familiares donde regularmente había una guitarra y más de alguien que sabía sacarle sonidos. Además, ella se destacaba por poseer un especial talento para el canto, el que fue desarrollando desde muy niña durante un largo período que estuvo internada en el Convento Hijas de María Inmaculada en Santiago, donde era admirada por cantar en 2ª voz, en forma absolutamente natural.

Esas incipientes e improvisadas clases que recibía de mi madre, se sucedían bastante a menudo y generalmente muy tarde en la noche, como una manera ideada por ella para mantenerme en vigilia y poder contar con mi compañía hasta altas horas de la madrugada en espera del regreso de mi viejo. Junto con el aprendizaje de los primeros acordes, comenzaron a tomar una forma diferente en mis oídos, tonadas chilenas, valses peruanos, zambas argentinas, tangos, boleros, etc. Seguramente, mi madre nunca dimensionó la inmensa pasión que desencadenaría en mí, dándole un sentido y orientación muy especial a mi vida. Para ella eternamente toda mi gratitud, no sólo por ser la mágica gestora de mi vida, sino que también por todos los elementos de humanidad que se fueron complementando a mi personalidad, mediante la sensibilidad por la música que heredé de ella, lo cual felizmente he podido compartir colectivamente con toda mi familia y una gran cantidad de amistades en todo este tiempo.

Y ahora... antes que la frágil memoria se guarde para siempre tanta vivencia, intentaré dejar para todos ustedes, unos pincelazos de tantos momentos irrepetibles... para seguir compartiendo.