domingo, 17 de agosto de 2008

MUSICA LATINOAMERICANA EN LA DECADA DEL 70 CON “AMAUTA DE VALPARAISO” Y “OBRA TRIO”.

Cuando mi querida y recordada amiga Irma Leiva, a mediados del año 1974, habiendo recién iniciado mis estudios superiores en la Universidad de Chile de Valparaíso, hizo de nexo para que conociera a unos amigos que tenían un grupo de música andina en formación, nunca imaginé la intensidad de las relaciones y emociones que viviría en esos primeros años de dictadura, cuando transitar con charangos, quenas y zampoñas, constituía un riesgo, dado las absurdas prohibiciones del régimen militar que se había instalado a sangre y fuego en nuestro país.

Llegué la primera vez con mi guitarra a la casa de José Sánchez (percusionista), en la calle Amalia Paz del Cerro Los Placeres en Valparaíso, y me recibieron además, Eugenio Encina (quenista y guitarrista), Víctor Abarca (quenista) y un charanguista cuyo nombre no he podido recordar. Irma me había comentado previamente que se trataba de un conjunto que tenía un proyecto de grabación a corto plazo, sin embargo al desenfundar los instrumentos y comenzar a tocar con ellos, pude notar que solo se trataba de un grupo aficionado que con mucho entusiasmo intentaba armar un repertorio para recrear y revivir la música que en ese momento estaba clasificada como proscrita por los militares, y que el proyecto de grabación no existía. No obstante, me agradó la idea, el grupo de personas y el repertorio a desarrollar y me comprometí a iniciar un trabajo musical con ellos, ante lo cual me solicitaron además que me hiciera cargo de la dirección musical.

El primer nombre que tuvo el conjunto, con muy poco fundamento y sentido para mi gusto, fue “Los Traucos”, pero muy luego al retirarse el charanguista e incorporarse los hermanos Prado, Pedro (charanguista) y José (percusionista), que venían del grupo “Los Andariegos de Pancho”, cambiamos el nombre a “Grupo Amauta de Valparaíso”.

Recuerdo con esta nueva formación y con la colaboración de Manuel Montenegro en la locución, nuestro comprometido primer trabajo para llevar adelante un recital de música latinoamericana, lo cual se concretó con éxito el 14 de diciembre de 1974 y se llevó a efecto en el salón del Teatro IPA en calle Condell, que en ese tiempo administraba don Hernán Salas, padre del conocido humorista Alvaro Salas; con este último me unía una gran amistad por haber sido compañeros de Liceo ( el N° 3 de Valparaíso) y vecinos en Miraflores Alto, donde guitarreábamos frecuentemente (que habrá sido de don "Beno" Manso que cantaba con tanto gusto el repertorio del mexicano Javier Solís)

Adicional a la nutrida agenda de actuaciones en tímidas peñas folklóricas, algunas clandestinas, dado el régimen que imperaba, guardo especial recuerdo de una jornada que organizamos junto a otros grupos de música folklórica latinoamericana de la zona, la cual se llevó a efecto en el salón de la Universidad Santa María con inusitado éxito. El espectáculo se denominó “Chile canta a Latinoamérica”, y los grupos participantes fueron: “Los Paracas”, “Quilmará”, Pumanque 75, “Amauta de Valparaíso” y el cierre con el destacado grupo "Kollahuara", integrado por chilenos y bolivianos.

Algunas diferencias, originadas por la selección de repertorio y desaveniencias entre algunos integrantes, hizo que el grupo se desarticulara, e intentara rearmarse repetidas veces con algunos nuevos integrantes, entre los cuales recuerdo a Juan Arancibia (poeta), Lucho Vidal (ex Paracas), Miguel Henríquez, Héctor Morales y Jorge Arias.

Estuvimos en actividad hasta el año 1977, actuando en la mayoría de las instancias y espacios que era posible gestar en esos duros años, cruzando cerros porteños y viñamarinos a pie, con nuestros instrumentos al hombro, siendo la Peña del Instituto Francés que funcionaba en las calle Esmeralda, nuestro principal centro de operación, la que nos permitió relacionarnos con la mayoría de los cantores, músicos y artistas de la zona que con pasión y conciencia mantuvieron viva la esperanza de la reivindicación del arte popular y la lucha contra la dictadura.

En el año 1976, José Prado (El Chicho) partió al exilio a Alemania y luego vino la creación del “Boliche La obra”, en el cual se constituyó el trío integrado por Pedro Prado, Víctor Abarca y Juan Hernández, con el nombre de “Obra Trío”, desarrollando un trabajo de música criolla latinoamericana, convirtiéndose en un número estable de este nuevo centro cultural porteño. En marzo de 1978, Pedro Prado también tuvo que partir al exilio a Alemania, siendo reemplazado por Héctor Morales para darle continuidad al trío. La década del 70 que comenzó con tantas esperanzas y que se instaló definitivamente con tanto dolor entre nosotros, se nos fue finalmente llevándose también definitivamente al “Boliche La Obra y al “Obra Trío”.

Me quedo sin embargo, con la nostalgia de haber compartido con una gran cantidad de personas, amigos extrañables, de quienes siempre recibí protección, tal vez por haber sido uno de los más jóvenes, y en diferente grado me ayudaron a madurar y a indagar en mis profundas convicciones. Con algunos de ellos aún conservo una incondicional amistad, como es el caso de Pedro Prado, Víctor Abarca y Juan Arancibia.

Jamás olvidaré las atenciones en los hogares de las respectivas familias, y especialmente del estamento femenino durante los ensayos en el Cerro Los Placeres; Alejandra en la casa de José Sánchez (el Pepe), mi estimada comadre Anita Báez donde Pedro Prado, los inolvidables padres de Juanito Arancibia, la querida mamita de Víctor Abarca; y principalmente mi esposa Margarita Brito en la mediagua en la Población Vistamar, nuestro primer hogar, donde literalmente "hacinados" con todos mis amigos compartíamos el ensayo, el tecito, la amistad y los sueños de construir esa sociedad que todavía nos debemos.

martes, 12 de agosto de 2008

AUGUSTO CORREA, "ACTIVISTA" FOLKLORICO Y GESTOR DE INOLVIDABLES AVENTURAS JUVENILES – VIÑA DEL MAR 1966 / 1973



Corría el año 1966 y la primeras inquietudes de participación en actividades que tuvieran que ver con la música y la guitarra, se fueron desarrollando paulatinamente al relacionarme con un especial grupo de personas, la mayoría trabajadores dependientes de locales comerciales del centro de Viña del Mar, organizados en la asociación denominada AASUP, quienes habían dado rienda suelta a sus inquietudes musicales mediante la formación del Grupo Folklórico "Anchimallén", dirigido por el Profesor Ricardo Mercado y su esposa Luisa Riveros, cobijados bajo el alero de la sede de ANECAP, Sindicato de Empleadas de Casas Particulares, ubicado en la calle Etchevers, frente a la Escuela 15.

Eran años de mucho entusiasmo por las manifestaciones folklóricas, y claro, existían sólidos referentes, los grupos Millaray con Héctor Pavez y Gabriela Pizarro, y Cuncumén con Rolando Alarcón y Víctor Jara, cuyas grabaciones editadas en discos L.P. de vinilo, permitían acceder un hermoso repertorio de auténtica música tradicional chilena, que era copiado y recreado por grupos de aficionados, como era el caso de esta agrupación de amigos.

Augusto Correa, integrante del grupo folklórico, quien tenía todo el ímpetu aglutinador y era conocido como gestor de actividades colectivas, me invita a participar para realizar una tarea bastante especial e interesante para mí, la cual consistía en revisar las grabaciones en discos de vinilo de grupos y solistas profesionales, e intentar copiar y reproducir los “punteos” y arpegios en guitarra, de los temas elegidos para su repertorio. Esa fue la labor que desarrollé durante algún tiempo y curiosamente nunca me integré al conjunto, sin embargo participé en todas las instancias de convivencia que ellos se propiciaron, y tuve así la primera oportunidad de conocer y aprender a amar el hermoso repertorio de música folklórica y tradicional chilena, de la mano con estos amigos, con quienes en su mayoría, lamentablemente debido al tránsito por diferentes caminos, fui perdiendo contacto.

Algunos nombres de los integrantes del Grupo Folklórico que he logrado recopilar y recordar con la ayuda de otros amigos, van apareciendo paulatinamente en mi mente: Juan Ramírez, Carlos Zamora, Marta Pérez, Ernesto Acevedo, Carmen Barrera, Carmen Catalán, Rosa Ramírez, Mirtha Morales, José Saavedra, Héctor Morales y Sonia Muñoz, entre otros.

Paralelamente existía bajo el mismo alero, una agrupación teatral, dirigida por la querida y recordada Tía Lidia, quien junto a Alejandrina Morales (hermana de Mirtha), Hernán Leiva (el flaco), Víctor Flores (el chico), Elba Saavedra, los hermanos Irma, María, Alicia y Patricio Leiva, la Genoveva, entre otros, preparaban sus obras y sketchs, siendo un importante complemento para las actividades artísticas que la asociación AASUP efectuaba en diferentes escenarios en Viña del Mar. Nuevamente, y curiosamente aunque lo mío era la música y la guitarra, me integré a estas actividades y participé en algunos sketchs, cuyo trabajo de preparación y posterior puesta en escena me entretenían muchísimo.

Como no recordar los viajes al Sur y Norte de nuestro país que Augusto Correa organizaba y en los cuales participaban la mayoría de los amigos que he nombrado, recibiendo de todos ellos, protección y sinceras manifestaciones de cariño, aparte de “avivarme la cueca”, por ser yo un pequeño niño que animaba las diferentes jornadas con mi guitarra. Y claro, conversando con amigos van surgiendo mas y mas personajes colaboradores de tantas jornadas, y se aglutinan en la mente, Esperanza Madrigal (la mamy), Rebeca Madrigal, Cruz Hernández, don Pedrito Guerra y toda su familia...

Conservo un recuerdo permanente de los paseos a Artificio de Pedehua, localidad rural que queda al otro lado de Cabildo, pasando un pequeño túnel que permite acceder al valle, donde la cariñosa Dorita, hermana de Augusto, y el Mino, su esposo, quienes tenían un restorán a la entrada del pueblo, y nos atendían “a cuerpo de rey”, teniendo la posibilidad de degustar todo tipo de exquisiteces, codornices al horno, pastel de choclo, quesos y los insuperables "platachos", que solo ellos podían preparar. Es imposible olvidar todas las atenciones y expresiones de cariño recibidas en ese lugar, de parte de los dueños de casa, como también de los lugareños, solo a cambio de nuestra música y la alegría de vivir. Ahora a la distancia puedo reflexionar y entender una vez mas, que ha sido mi guitarra compañera, la que me permitió tener acceso a tantas personas con las cuales experimenté desde muy niño, momentos de felicidad inolvidables.

Me desvinculé de este maravilloso grupo de personas y perdí contacto durante los años que estuve en actividad musical en Santiago con La Orquesta Sangre Tanguera de Angelo Cherry y volví a verlos a fines del 1972, todavía organizados como grupo folklórico de canto y danza activo, pero ahora, bajo la conducción de Augusto Correa; varios ya no estaban y habían nuevos rostros. Creo que solo permanecía Héctor Morales. Se habían integrado nuevos amigos, entre otros, Carlos Jil, Luis “Sata” Ponce, Manuel Alvear, Edith Guerra, las hermanas Iris y Gladys, José Hernández, Isabel Espinoza, Hernán Olivares y su esposa Carmen, mi hermana Lidia Hernández y su mejor amiga Margarita Brito, de quien me enamoré perdidamente, llegando al extremo de “cometer casamiento” tempranamente, formando la hermosa familia que la vida generosamente me ha otorgado… pero bueno, esa es otra historia.

En esta nueva etapa, a mis tempranos 17 años, venía llegando de Santiago tras haber experimentado todo un cúmulo de experiencias como músico profesional, con mucho escenario y grabaciones, caminando peligrosamente por la cuerda del ego. Afortunadamente, la sencillez de mi gente y los nuevos amigos, me hicieron volver a la realidad y pude desarrollar profundas relaciones de amistad. La mayor afinidad la alcancé con mis nuevos amigos, Carlos Jil, Héctor Morales y Luis “Sata” Ponce, con quienes compartí intensamente el gusto por la música y la guitarra y, teniendo la posibilidad de entregarle a ellos, mucho de lo que había aprendido con músicos profesionales en Santiago. Algunos años después pude desarrollar también con ellos, hermosas experiencias musicales con emblemáticos grupos musicales de Valparaíso, como son el grupo Amauta (con Héctor), Los Afuerinos (con ellos tres) y Diapasón Porteño (con el "Sata"). Atesoro con especial cariño todas aquellas vivencias que nuestras guitarras nos permitieron compartir.

Con todos estos nuevos amigos y novia incluída, el reiterado retorno a Artificio de Pedehua, al restorán de la querida Dorita, se constituyó en el período mas intenso de amistad y música que me tocó vivir, con toda la fuerza y la sana disposición que la juventud provee.

Indudablemente el artífice de la mayoría de los inolvidables momentos vividos, que en parte he descrito, fue mi querido amigo Augusto Correa, de quien supe que finalmente volvió a sus raíces radicándose en Pedehua. Lo menos que puedo hacer aprovechando este espacio que contiene este resumido pero sentido recuerdo, es dejar plasmado, especialmente para Augusto y tantos amigos que él representa, mi eterno reconocimiento y agradecimiento por todas sus gestiones que le dieron forma y sentido a mis irrepetibles vivencias juveniles.